CONOCIMIENTO VS CREENCIA

Dentro de los diferentes factores que han contribuido significativamente para que nuestra especie esté llegando al punto evolutivo en el que actualmente se encuentra, hay uno que me parece de primordial importancia y me refiero a la curiosidad. Esa necesidad innata de saber el ¿por qué?, ¿cómo? ¿dónde?, etc. de todo lo que nos rodea e incluso de lo que nos constituye, ha incentivado esas ansias de saber cómo funcionan las cosas y los seres vivos, y por alguna razón, la necesidad de buscar controlarlas. No en vano estamos en camino de querer controlar, incluso la vida misma. Antes de continuar, es importante dejar claro que el contexto de tiempo evolutivo está determinado por los millones de años de evolución del cerebro, y no por los tan solo 200.000 años a lo mucho desde que nuestros primeros ancestros se pararon en dos patas y salieron a explorar el mundo desde su África natal. Y mucho menos en los pocos miles de años de historia que tiene nuestra especie como civilización.

 

Ese saber cómo funciona todo, lo podríamos clasificar inicialmente en dos ramas principales, siendo la primera y más usada la creencia. Y es que de niños no tenemos ni la capacidad ni el tiempo necesario para ponernos a refutar o comprobar, cada una de las enseñanzas que nuestros padres nos dan, sean estas de tipo instructivo o demostrativo, ni tampoco aquellas en las que ellos no participan como instructores, pero de las cuales asimilamos y repetimos el comportamiento que en ellos vemos. Al fin y al cabo, les ha funcionado a nuestros padres y seguramente a sus antecesores para sobrevivir y traernos al mundo, así que nuestro cerebro asimila que seguramente a nosotros también nos será de ayuda.

 

La segunda rama es el conocimiento, con lo cual me refiero al que se obtiene a partir de la comprobación propia o de terceros. Aproximándonos muy cercanamente al conocimiento científico actual, en el cual no es suficiente que nosotros lo hayamos comprobado bajo un ambiente y mirada subjetiva, sino que, a la vez, otros lo hayan podido comprobar también, aunque bajo diferentes ambientes y perspectivas. Hablamos entonces de tener la certeza de algo, más allá de lo que nosotros creamos, y menos, de lo que otros nos digan, sin saber su intención o capacidad de verificación en la transmisión de lo que vendría a ser una simple creencia.

 

El tema en el que me quiero centrar es que al cerebro pareciera no importarle tener que diferenciar entre uno y otro, entre la creencia y la certeza del conocimiento "científico". Lo único que le importa en este aspecto al cerebro, es saciar esa necesidad de saber algo, bien sea por saciar su propia curiosidad o la curiosidad generada en nosotros por terceros. Aquí viene lo realmente interesante de todo este tema, pues no deja de ser supremamente intrigante el por qué al cerebro no le interesa realizar esta distinción y es por que "no le es significativo para su supervivencia". Si, tienen razón. No tiene sentido, entonces creeríamos cosas sin sentido y terminaríamos muriendo, con lo cual se va al traste esta hipótesis, sin embargo, nos hace falta realizar un par de observaciones más.

 

Primero debemos tener en cuenta que como lo dicen ya algunos , si no es que la mayoría de neurocientíficos: el cerebro consciente no es quien toma las decisiones en más del 90% de ocasiones, sino que es el cerebro subconsciente quien ya lo ha hecho con anterioridad (basado principalmente en emociones y experiencia previa), y nosotros como parte consciente nos encargamos de razonar una justificación creíble para nosotros, la cual nos haga estar de acuerdo con esa decisión, para finalmente sentirnos muy orgullosos de ser parte de la especie más evolucionada del planeta y que se caracteriza precisamente por esta capacidad de raciocinio que "acabamos de realizar". Entonces, si sabemos previamente que el fuego quema y nos puede hacer daño, no nos vamos a tirar tan fácilmente al cráter de un volcán en llamas, a menos claro que existan otros factores especiales de los que hablaremos en otra oportunidad.

 

Segundo. Hay factores que durante la evolución le han demostrado al cerebro que para la supervivencia de la especie la certeza puede pasar a un segundo plano, sobre todo cuando existen demasiados factores en juego. ¿Y es que de qué diablos me sirve a mí y a mi descendencia que yo tenga la razón y estar parado sobre la verdad, cuando para sobrevivir es más importante tener alimento y protección entre otros? Exacto, es así como lo están pensando. Si pertenezco a un grupo que me pueda garantizar, o al menos disminuir en forma considerable la incertidumbre frente a estos aspectos de supervivencia, la certeza pasa a un segundo plano y la pertenencia a ese grupo protector será mi meta.

 

Todos tenemos derecho a creer lo que deseemos, sin embargo, el vivir en sociedades tan interrelacionadas le debería poner un límite a algunas cosas. No en vano hemos creado leyes que nos ayudan en este propósito de limitar nuestro actuar en sociedad, si esto va en contra del bienestar y los derechos de los demás. Este límite por ahora no puede venir de afuera, por lo que nos corresponde a cada uno de nosotros asumir la responsabilidad de analizar y definir si seguimos creyendo ciegamente en los que otros nos dicen, sin tener certeza de sus afirmaciones. El vivir en una sociedad civilizada se supone que significa que todos deberíamos tener esas necesidades básicas de las que hablamos cubiertas, tales como el alimento, techo y aquellas otras que nos permitan vivir con dignidad, por lo que es hora de empezar a utilizar, ahora sí, esa propiedad que supuestamente nos caracteriza como la especie más evolucionada del planeta, y empecemos a razonar sobre lo que creemos, el por qué lo hacemos y sobre todo tratar de ver las intenciones ocultas que pueden tener aquellos que insisten en hacernos creer en lo que dicen, acudiendo muchas veces a nuestros miedos y temores. 

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